Microinterrupciones

OperacionesTras casi trece años de ir por mi cuenta profesionalmente tengo claro que las dos principales dificultades a las que me tengo que enfrentar casi cada día son dos. La primera es decidir QUÉ TENGO QUE HACER y la segunda CÓMO PUEDO HACERLO EFICAZMENTE.

Ya explicaba hace tiempo que, cuando no tienes jefe y encima estás trabajando en algo que vas construyendo sobre la marcha, a veces es complicado decidir hacia donde tirar. Por eso es tan importante tener bien definidos tus valores, tu misión o tu visión.

A partir de ahí, los objetivos, las metas y las tareas son más sencillas de establecer. Por lo tanto, merece la pena sentarse y reflexionar sobre esto antes de tirarse a la piscina. Especialmente si se trata de un proyecto personal o profesional importante.

El segundo problema al que nos enfrentamos cada día los «agentes libres» es la cantidad de microinterrupciones que consiguen que el día sea mucho menos productivo de lo que debería.

Los maestros de la eficacia y la eficiencia como Jose Miguel Bolivar, Jerónimo Sánchez, Jeroen Sangers, Antonio José Masiá, por citar algunos, son capaces de mantener controladas estas piedras en el camino. Pero lo cierto es que, con frecuencia, te sientes como si nadases en arenas movedizas. Parece que haces mucho pero avanzas poco o nada.

Cuando hablo de microinterrupciones me refiero a ese Whatsapp que te llega y que «hay que responder».

A esa petición de unos estudiantes que están haciendo un trabajo sobre tu especialidad y te piden que respondas unas preguntas que sólo te van a llevar diez minutos.

A ese tuit que crees que es tan brillante que el mundo no puede esperar a que lo lances y te acaba manteniendo entretenido durante quince minutos viendo qué efecto produce.

Al enésimo correo electrónico pidiéndote un cambio de fechas, contenidos o títulos, de esa gente a la que conociste hace un mes, te dijeron cuanto admiraban tu trabajo y tu ego no pudo negarse cuando te invitaron a ir a hablar de «lo tuyo» (gratis, por supuesto) a ese evento que va a conseguir que TED parezca una presentación de 1º de la ESO.

Cuando te quieres dar cuenta, el día se ha ido al carajo. Y esas magníficas intenciones que tenías a primera hora de la mañana de dar un empujón a tu nuevo proyecto se han perdido como lágrimas en la lluvia virtual y encima sin ver ni un jodido rayo C brillando en la oscuridad cerca de la puerta de tu casa.

El problema no son las grandes dificultades que, por enormes que sean, sabes que tienen principio y fin y están dentro de unos límites temporales. Lo más estresante son esos parones que acaban con tus frenos y te hacen gastar mucha gasolina emocional.

Vale, ya tenemos definido el «malo» de la película. Y ahora ¿qué?


Pues la respuesta creo que ya la sabes y, si no, es algo que encontrarás por la blogosfera con bastante regularidad. Me refiero a la necesidad de utilizar el NO con soltura. Vale, vale, ya sé que es más fácil decirlo que hacerlo pero me temo que no queda otra que dominar la asertividad si no quieres quedarte estancado o alargar un proyecto sencillo hasta que se pudra.

Pero ¿por qué es tan difícil poner límites cuando hablamos de tu recurso más escaso (y no acumulable) como es el tiempo? Si ningún desconocido te pide dinero por correo electrónico o en un encuentro fugaz ¿por qué tanta gente tiene tan poco pudor para pedirte que le dediques unas horas o segundos de tu vida? Y algo peor ¿por qué nos cuesta tanto establecer las líneas rojas?

Como te decía, una vez más, el enemigo eres tú. Cuando no es el ego, es la vergüenza o, si no, el miedo a que no te quieran o te echen de la «pandi» del mundo real o el irreal. Aceptar esas microinterrupciones pueden parecer el mal menor pero son como arena en un engranaje. Así que, de nuevo, el trabajo más importante a realizar es contigo mismo.

Pero por otra parte voy a dar un pequeño tirón de las orejas a tantos amigos y colegas que mantienen que es casi obligatorio conversar con todo el mundo y en todas las plataformas virtuales. Se ha trasladado la idea de que si no respondes a cualquiera que te dirija la palabra «online» eres una especie de psicópata antisocial, un desalmado que merece ser desterrado de dospuntocerolandia o algo todavía peor que todo lo anterior, un imbécil que se cree un gurú. ¡¡¡NOOOO!!!.

Soy partidario de COMPARTIR, y creo que lo hago siempre que puedo por todos los canales posibles y sin esperar nada a cambio. Pero creo que se debería respetar a aquellos a los que no nos gusta o no tenemos la capacidad de CONVERSAR (si se puede llamar conversación al griterío en que se ha convertido Internet) por las razones que sean.

No sólo no me importa sino que disfruto dedicando las horas que sean necesarias a preparar contenidos útiles. Pero me incomoda profundamente perder un segundo en establecer conversaciones irrelevantes o estar pendiente de todas las pantallas sólo porque un desconocido tras un avatar te dirige la palabra.

En el mundo pre-Internet era posible mantener controladas las tareas y los favores porque nuestro mundo era reducido en número de personas. Hoy ya no. Al menos si no quieres quedarte estancado y pretendes sacar algún proyecto importante adelante.

Echo de menos un par de cosas de las que siempre se habla mucho en La Red.

La primera es la EMPATÍA o, al menos, una dosis de «netetiqueta» por parte del que pide. Cuando leo los comentarios de amigos y colegas que critican a quienes no quieren (queremos) o no pueden (podemos) dedicar tiempo a la cháchara virtual me pregunto si en algún momento se habrán puesto en el lugar del otro.

La segunda es el respeto por la DIVERSIDAD, eso que tanto se dice de ser «uno mismo». Da la sensación de que no se entiende ni acepta que cada uno tenemos nuestras propias prioridades, temperamento, aficiones, recursos, problemas o proyectos y que cada cual lo gestiona como puede, sabe o le dejan. Cada cual tiene su propio estilo para dejar su Marca Personal.

Ale, ya lo he dicho.





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