Marcas Personales y aventuras cotidianas

Como gran parte de los varones de mi generación no soy demasiado aficionado a «ir de compras». Solo hay un caso en el que mi pereza se transforma en entusiasmo, al entrar en una librería.
Hasta hace poco, también me gustaba ver tiendas de cacharros informáticos, juegos de ordenador, herramientas electrónicas varias y ese tipo de cosas de machito tecnológico. Sin embargo, poco a poco me han quitado las ganas.

Uno de estos últimos fines de semana he cometido la estupidez de incorporarme a esa masa de gente que va a tiendas que se promocionan con eslóganes tan sutiles como «Porque yo no soy tonto» o «La avaricia me vicia«. Había visto una cámara de vídeo con tarjeta de memoria a muy buen precio. Pensé que podría ser muy práctica para hacer videos sencillos en cualquier momento. Y ahí empezó el infierno.

A pesar de estar en un flamante folleto, no tenían existencias ni sabían cuando habría. Los dependientes no eran poco diligentes, directamente se comportaban como «hooligans». No se porqué pero no me extrañó. Después de haber perdido un buen rato en ir y volver y de haber acabado con las escasas expectativas que tenía, decidimos regresar a casa. Definitivamente pensé que el que comprase en esa cadena no es que fuese tonto, es que tenía el encefalograma plano.

Como ya se había hecho tarde, decidimos parar en el Carrefour, hacer unas compras básicas y comer cualquier cosa en el centro comercial. Al entrar vi que ofrecían una cámara muy similar a la que buscaba. Recuperé la sonrisa y a pesar de las reticencias siempre acertadas de mi mujer, decidí comprarla. Pero había señales que indicaban que las cosas no iban a ser tan sencillas.

Entramos a darnos un homenaje colesterólico en un Foster Hollywood. La cosa ya pintaba mal desde el principio. Los camareros a duras penas entendían el castellano. Lo que debía ser una comida rápida, se eternizó y mi hija se transformó en el Diablo de Tasmania. La memoria de pez de los camareros o la invisibilidad de mi persona impidió que me rellenasen mi bebida tal y como prometían.

Al llegar a casa y abrir el envoltorio de la cámara algo me dió mala espina. Pero la ilusión se impuso a mis sospechas. Sin embargo, al conectarla pronto aparecieron los problemas. Nada funcionaba bien. Pero lo más sorprendente fue encontrar, en la memoria del aparato, las imágenes de un anterior propietario que compartía unas cervezas con un grupo de amiguetes. Ese simpatico señor debió haberse encontrado con los mismos problemas que yo y decidió devolverla.

Vuelta al centro comercial. Casi ¡una hora de trámites! Dos ventanillas con sus correspondientes colas, mucho mosqueo y ninguna disculpa. Seguro que la imagen pixelada del viejo propietario volverá a aparecerse en algún hogar ilusionado.


Por la tarde y casi recuperados de las malas experiencias, decidimos dar un paseo y pensamos que la forma más facil de solucionar la merienda de mi criatura era adquiriendo un perrito caliente en Telepizza. Tras esperar más de ¡un cuarto de hora! para una puñetera salchicha con pan, nos dan un envase diferente al habitual. Mi mujer se lo indica al dependiente pero dice que no hay un error. Nada más atravesar la puerta abro el envase de aluminio metálico y vemos unas flamantes ¡alitas de pollo! Vuelta al local. Sustitución rápida y mosqueo creciente.

Perdonad el rollo, pero lo que pretendo demostrar es que hace tiempo que es imposible realizar cualquier tipo de gestión rutinaria sin el temor a que se produzca un error o un mal servicio. Los días siguientes a lo que comento se produjeron situaciones parecidas al tratar de informarme sobre el modem USB de Vodafone o al pedir unos altavoces sencillos al responsable informático de un centro en el que iba a impartir un curso. Una y otra vez nos encontramos con situaciones parecidas que parece que hemos aceptado.

Durante muchos posts he hablado de las causas de esta situación. Desmotivación, falta de formación, explotación, desinterés, falta de respeto al cliente,…

No creo que estos hechos se produzcan solo entre profesionales de bajo nivel organizacional. En mi opinión se ha degradado completamente el servicio. Se ha destruido la confianza. Todo está bajo sospecha. Me temo que estos problemas se producen también entre consultores, asesores financieros, médicos, pilotos o analistas de sistemas.

Pero detrás de un problema hay una oportunidad. Si eres capaz de posicionarte como un profesional de confianza, un profesional con Marca Personal, sea tu nivel el que sea, vas a destacar sobre el resto.
Si realizas un buen trabajo y consigues que se conozca, tu valor va a subir como la espuma.
En el fin de semana que os he descrito, he perdido horas de ocio, alegría, calidad de vida. Y eso tiene un valor que ninguno de los responsables de esas cadenas me compensarán jamás. Por eso creo que es una buena idea tener una Marca Personal, porque hay personas y empresas dispuestas a recompensar a aquellos que hagan las cosas fáciles.

Si eres capaz de encontrar y hacer visible aquello que haces bien, sin errores y dando un servicio satisfactorio y eficaz, te aseguro que lo vas a tener muy facil en esta jungla de mediocridad.

Porque tu no eres tonto o porque la avaricia te vicia, eso es lo de menos, pero empieza ya.





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