Alejandro Magno, Papel Higiénico y Miedo, Mucho Miedo.

Por fin, este fin de semana pude ver Alejandro de Oliver Stone. Es un personaje histórico que siempre me ha gustado y que descubrí hace tiempo gracias a los libros de Mary Renault.

Alejandro Magno reune muchos de los atributos que caracterizan a una Marca Personal, pero de eso hablaré otro día. No deja de asombrarme lo que pudo conseguir antes de cumplir los 33 años, edad en la que actualmente muchos siguen viviendo en casa de sus padres.

Este personaje siempre me enseña lo lejos que se puede llegar con metas ambiciosas, valores claros, satisfaciendo las necesidades de otros y sobre todo asumiendo riesgos. Supongo que en muchos momentos tendría miedo, pero pensaría que la recompensa merecía la pena.

El caso es que yo también pasé miedo, mucho miedo, en la tierra de este conquistador.

La empresa de distribución en la que trabajaba estaba abriendo tiendas en Grecia y necesitabamos encontrar proveedores de productos de marca blanca. No recuerdo muy bien como, pero encontré un fabricante de papel higiénico que era uno de los productos que yo negociaba. No es que sea un producto con mucho glamour, pero hay que reconocer que falta hace.

Y se daba la circunstancia de que la fábrica se encontraba en Tracia, en las tierras de Alejandro. Convencí a mi jefa y a otras personas del equipo para visitar la fábrica y aunque ya había estado otras veces por allí buscando proveedores de productos tan excitantes como la lejía o las compresas con alitas, en esta ocasión me puse las pilas y me empollé Los griegos (Asimov) e Historia de los Griegos (Montanelli) para dar más emoción al viaje.

La empresa era propiedad de un personaje muy parecido, en demasiados aspectos, a nuestro Jesús Gil. Hasta era propietario de un equipo lider en la liga. Aunque en este caso era de balonmano

Todo fue bien hasta que llegó la hora de la vuelta. Me habían dicho que aquella era una zona caracterizada por terribles tormentas. Lo que explica lo de Zeus y esas cosas. Y a medida que se acercaba la hora de tomar el avión, el cielo se ponía negro como el carbón. Yo que soy poco amigo de los aviones, me temí lo peor. Aunque no pensaba que hubiese ningún piloto tan irresponsable como para despegar en aquellas circunstancias. Pero lo hizo.

Aquella era una zona deprimida economicamente y el avión era uno de los pocos medios de transporte que les llevaba a otras partes de Grecia de una forma «humana». Así que el aparato estaba repleto de mujeres mayores vestidas de negro, religiosos ortodoxos y gente humilde.


Nada más despegar, de noche, parecía que estabamos en una escena de En los límites de la realidad. El avión dando botes, los relámpagos iluminando el exterior, mi jefa (con la que no tenía muy buena relación hasta aquel momento) animándome y el piloto sin decir una palabra que no fuese en griego.

Recuerdo que me volví y le pregunté a voces a Kostas, un jefe de producto que se sentaba seis o siete asientos más atrás, sobre lo que decía el piloto. Y con toda tranquilidad me dijo que no estaba seguro de aterrizar en Atenas porque el aeropuerto estaba inundado.

Yo ya veía los titulares: «Catástrofe aérea en el Egeo, tres españoles desaparecidos«.

Y seguro que alguno se preguntaría, con razón, que es lo que hacíamos allí. Y por si fuera poco, tenía el asiento número ¡¡13!! cuando normalmente los aviones lo han suprimido.

El caso es que, como podeis suponer, todo salió bien. Pero de una experiencia así hay que sacar algunas conclusiones.

1º No debemos dejar que el miedo nos paralice y no nos permita ser libres. Si no lo controlamos nos perderemos muchas cosas. Hay que asumir riesgos si queremos conseguir lo que deseamos. No hace falta ser Alejandro, en tu trabajo puedes hacer lo mismo.

2º A partir de aquel momento, aprecié más a mi jefa. Cambié la forma en que la percibía (su marca personal). Descubrí que detrás de una fachada hay mucho por descubrir. Igual que Alejandro con sus soldados, ella supo ponerse en mi lugar.

3º Para comprar papel del culo, no hay que irse al idem del mundo. Por mucho dinero (de las antiguas dracmas) que te ahorres.





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